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Reseñas: Nueve cuentos malvados, de Margaret Atwood

Militante feminista sensata y referente del movimiento ecologista en general y del conservacionismo de aves en particular, Margaret Atwood, cuyo apellido significa «en el bosque», es una escritora feroz con cara de hada madrina y de bruja sabia, o de Barbra Streisand interpretando cualquiera de esos papeles.

El interés actual por su obra es la secuela previsible, aunque no inmerecida, de la repercusión que tuvo la adaptación televisiva de su siniestra distopía El cuento de la criada: «una novela de anticipación», como le gusta puntualizar a la autora, para diferenciarla de la ciencia ficción pura y dura. Sin embargo, sería mezquino creer que Atwood es una simple novelista porque la ubicua candidata al Premio Nobel lleva publicados varios libros de poemas, ensayos, cuentos y hasta cómics.

Nuevos cuentos malvados es el último volumen de textos breves de esta canadiense cuasi octogenaria y admirablemente lúcida. Salvo «Lusus naturae», un relato primo hermano de La Metamorfosis de Kafka, que tiene como protagonista a una niña peluda cuya familia mantiene encerrada en una pieza, todos los demás tratan sobre personas mayores. Los hay con fantasmas hogareños, asesinos boreales, monstruos de ojos amarillos, alucinaciones por degeneración macular y terror del gótico. Pero debajo de ese bagaje de espanto corre invariablemente una cinta transportadora de realidad.

«Alphinlandia», «El aparecido» y «La Dama Oscura» constituyen un tríptico excepcional y provocan a la vez desconcierto porque al compartir personajes y respetar una cronología podrían leerse como capítulos de una novela inconclusa. Los protagonistas son tres ex bohemios que en la década de 1960 conformaron un fallido triángulo amoroso y que, cincuenta años después, todavía guardan rencores y no descartan secretas venganzas. Como es costumbre en Atwood, Gavin, el poetucho devenido en viejo verde, y algo así como una excrecencia del patriarcado, lleva las de perder, y las dos mujeres -la cándida y aclamada escritora de fantasy y la otrora femme fatale que apenas puede fruncir el entrecejo por exceso de bótox- terminan haciendo las paces.

Por su carácter despectivo y su don para el sarcasmo -aunque más libidinoso que cínico- Gavin recuerda a los protagonistas de los cuentos del noruego Kjell Askildsen. Su capacidad para burlarse de los demás es infinita. De los universitarios que persiguen títulos de posgrado, por ejemplo, opina: «Hasta el más tonto tiene un máster. Son como palomitas de maíz. Granitos minúsculos recalentados en fogones académicos. El aire caliente se expande y ?¡paf! ¡Otro máster!».

La literatura de género y el éxito literario también están presentes en «La mano muerta te ama». Allí un joven escribe una novela de terror tan mala que cuando un editor se la acepta ruega para que éste se olvide el manuscrito en un taxi. Y como el mundo de las letras tiene mucho de reino del revés, esa «mierda de la buena», como le explicita su editor, no solo se transforma en best-seller sino que logra una adaptación al cine y luego, claro, una remake. Se trata en este caso de un cuento dentro de otro; es decir, un cuento gótico (el de la mano muerta) dentro de uno rigurosamente terrenal (el del escritor cuyos amigos le hacen firmar un contrato para quedarse con parte de sus regalías). Y aquí la ironía de Atwood dispara contra la crítica de cine freudiana y los directores que pretenden, torpemente, guiñarle un ojo a Hitchcock.

«A la hoguera con los carcamales», cuya temática recuerda a Diario de la guerra del cerdo de Bioy Casares, cierra la compilación con dos ancianos que logran escapar de un geriátrico, mientras unos jóvenes fanáticos le estaban prendiendo fuego para hacer literalmente lugar a las nuevas generaciones.

Pese a la impiedad con que Atwood aborda el deterioro físico-y en menor grado el mental- de sus personajes, existe una gran complicidad entre pares, mismo entre aquellos que fueron enemigos en otras épocas, como si la vejez pudiera redimirse en el perdón. Sin embargo, hay una pregunta que sobrevuela estas historias y queda como flotando en el aire: ¿es posible envejecer sin morir en el intento?

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