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Estereotipos animados

«Hoy juntos y contentos limpiaremos el hogar”, entona Blancanieves mientras Cenicienta se calza el zapatito que la conducirá hacia la felicidad y la Bella Durmiente espera tranquila la llegada de un príncipe apuesto capaz de librarla del sueño eterno. Así es como la pantalla se enciende a la orden del día, a través de historias fantásticas y personajes aparentemente inocentes, con los que fácilmente podremos encariñarnos y serán difíciles de olvidar, pero capaces de transmitir mensajes que refuerzan estereotipos y roles naturalizados en la sociedad.
Enmarcado en escenarios maravillosos, el mágico mundo de Disney, que acompañó a varias generaciones, y que todavía sigue teniendo historias para compartir, se encargó de fortalecer imágenes diferenciadoras, acentuando, en cada nueva animación, la debilidad en la mujer y la fortaleza en el hombre.

Mujeres hermosas, flacas, casi perfectas pero terriblemente frágiles son presentadas y admiradas por las pequeñas que juegan a ser como las princesas de la tele o el cine. Mientras los hombres salen a escena con personalidades poderosas, dominantes, inteligentes y capaces de solucionar la vida de esas bellas mujeres, vulnerables e incapaces. De esta manera los personajes masculinos logran destacarse, otorgándoles sentido a la vida de mujeres que muchas veces dan pena.

Ya lo decían acertadamente Ariel Dorfman y Armand Mattelart en el libro “Para leer al Pato Donald”: “La literatura infantil es quizás el foco donde mejor se puede estudiar los disfraces y verdades del hombre contemporáneo, porque es donde menos se lo piensa encontrar”.

Mediante la utilización de un lenguaje supuestamente inofensivo, en la voz cariñosa de personajes simpáticos y estéticamente bellos, es que se logra transmitir a niñas y niños de corta edad, valores y arraigos culturales sexistas, discriminatorios y crueles. A través de una excelente calidad estética y fuerte contenido ideológico, se exponen ciertos modelos a seguir que no hacen más que acentuar las diferencias de género e indefectiblemente inducen a que esos pequeños se sientan parte de un determinado grupo, bien diferenciado.

En cada una de estas historias con final feliz, se comunica un ideal de hombre y mujer capaz de influir en la personalidad y conciencia desde temprana edad, de la manera más sutil y con un discurso encantador por donde se lo mire.

De dominio y subordinación

En una sociedad marcada por la hegemonía masculina, resulta difícil escapar de los patrones de dominación por parte del hombre y subordinación femenina, por lo que no resulta extraño que esos patrones culturales se extiendan a la pantalla, mostrando mujeres pasivas, sin experiencia laboral, ocupando el rol de madres o de princesas hermosas, sin muchas actividades, en mundos donde poco se piensa y la belleza es considerada como atributo para alcanzar el éxito.

“No olvides que tu belleza es más que suficiente”, le dicen a la Sirenita, mientras cantan “admirada tú serás, si callada siempre estás”.

A la lista se suman los diálogos de la película Aladdin, encargados de seguir fortaleciendo “cualidades” que colocan, una vez más, a la mujer en un papel idiotizado: “Veo que os habéis quedado sin habla: una cualidad muy apreciada en la mujer”.

Finalmente en “La Bella y la Bestia” los diálogos también siguen desprestigiando el rol femenino afirmando que “no está bien que una mujer empiece a tener ideas y a pensar”.

La lista de canciones y diálogos sigue, enfatizando de manera negativa y hasta humillante, la forma de referirse a la mujer, ya que no sólo reafirman las desigualdades de género, sino que insisten en ridiculizar la imagen femenina. Mujeres frágiles, bellas, subordinadas y con la felicidad asegurada por un hombre, son sólo algunos de los rasgos que los dibujos animados han transmitido de generación en generación.

Alzar la voz para decir basta a producciones infantiles que observan con óptica masculina, donde la inteligencia, autenticidad y genuinidad de la mujer parecen quedar al margen del plano, debería hacer eco, y así la creatividad ser utilizada para cambiar el mensaje, mediante la utilización de palabras que construyan historias en donde la fuerza de un personaje no implique debilitar al otro.

Tal vez quitar los “disfraces” lleve tiempo y el cambio tampoco se de a la velocidad que queremos, pero fomentar el sexismo, por el cual cientos de mujeres vienen batallando desde hace años, no es el camino para superar las construcciones de género que actualmente rigen la sociedad. Por lo tanto, pensar en una comunicación equitativa, sin el sello del patriarcado, en donde la hegemonía y subordinación dejen de estar naturalizados, con hombres y mujeres semejantes y más reales, no debería ser, en el siglo XXI, una simple utopía.

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