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Panamá: Mujeres ngäbes, el nuevo rostro de las luchas sociales

El rostro de Silvia Carrera, la actual cacica Ngäbe-Buglé, da cuenta de una de las contradicciones más impactantes del Panamá de hoy. Hasta el nombre se siente inseguro, ‘cacica’. Pero ¿ha habido alguna vez algo semejante? Son innumerables rostros femeninos, visibles en las actuales manifestaciones de los ngäbe-buglé: presentes, activas, protagónicas, casi desmienten las usuales representaciones que de ellas tenemos.Sin embargo, el pequeño país sigue acumulando contradicciones: es el de más alto crecimiento, pero es también el segundo más inequitativo de nuestra América. Es de los más »globalizados» de la región, también el de la más baja representación de mujeres en el parlamento. Dicho en breve, Panamá es un país con muchos países dentro, un contradictorio y agudo espejo tercermundista del más sofisticado capitalismo global.

AMALGAMA Y CONTRADICCIONES

Atravesado por una historia compleja, plena de contradicciones y ambigüedades, es histórico que la actual amalgama que somos contiene una rara fusión étnica y cultural, lo que por supuesto no ha impedido diversas y no muy disimuladas formas de racismo, en particular contra los grupos afrodescendientes y contra los pueblos originarios, lo que hace válido cuestionarse hasta dónde llega la conciencia no subordinada de nuestro particular mestizaje.

Es importante mencionar que los cambios dados en nuestra sociedad en los últimos años post invasión son muy grandes y de toda índole, sin embargo perviven incontables discriminaciones, exclusiones y marginalizaciones.

Contiguo al gran crecimiento económico, a las multimillonarias inversiones extranjeras, bancos y negocios de altas finanzas, de grandes proyectos que hoy se desarrollan, crece la pobreza y la exclusión y como ninguna otra la pobreza y la exclusión de nuestra población indígena.

Es decidor que, según el Tercer Informe de Panamá de Objetivos del Milenio 2009, en tanto paulatinamente baja la pobreza general, la población de los grupos indígenas ‘con carencias más agudas presenta avances menores’. Y aunque existen debates sobre las cifras actuales, la vida de los grupos indígenas del país es el testimonio del carácter excluyente de nuestro modo de organización social.

Si se enfoca la visión sobre las mujeres indígenas de todas las etnias del país, se obtiene el siguiente dato: las mujeres rurales e indígenas comparten toda la carga histórica ya mencionada: desigualdad, pobreza, exclusión, y en particular padecen de altos niveles de analfabetismo, se (¿las?) casan a edades muy tempranas, cuando tienen apenas 12 a 13 años —los ngäbe son polígamos—, son madres de numerosos hijos (5 sobre 2.68 hijos por mujer, tasa nacional ENASSER), están mayoritariamente ausentes del mundo del trabajo remunerado y evidencian una mucho menor participación y organización social y política. Son víctimas de una elevada tasa de violencia fundada en el género, pues sobre ellas y sus pequeñas/os descargan los hombres su frustración humana, laboral y existencial. Sobre ellas recae no sólo toda la desigual organización del mundo público sino la brutalidad patriarcal de la organización del mundo de lo privado.

ENTRE ‘NUEVAS’ POLÍTICAS Y VIEJAS TRADICIONES

Los ngäbe denuncian con su acción crítica, política, defensiva y acusatoria en las calles cada día, que el existir hoy ya es un triunfo. A lo sumo necesitarían una efectiva y comprometida solidaridad con sus vidas, a las que la modernidad, el progreso y la globalización traen una desgracia tras otra. En segundo término, no nos deslicemos subrepticiamente en la actitud colonialista que asume nuestra mirada al constituirlos y al definirlos a priori: bastante tienen ya con las visiones que los ‘construyen’ como indios desde los discursos de la desigualdad, la ‘otredad’ y la marginalización.

Es importante destacar que los últimos gobiernos de Panamá han hecho de la acción contra la pobreza y la pobreza extrema la principal de sus políticas sociales. Persiste en las áreas rurales indígenas, donde ‘casi la totalidad de sus habitantes es pobre (98.4%) y en pobreza extrema se encuentra el 90% de los pobladores’.

En las ‘estrategias’ de lucha contra la pobreza los ‘lineamientos’ de política social se concentran en proyectos de desarrollo comunitario en los cuales se reproduce la paradójica situación de las mujeres en el sistema político: presentes en los procesos de movilización en pro de mejoras a la calidad de vida de las comunidades y las familias, pero ausentes en los procesos de la política formal y de la gestión y administración de los recursos, que se han obtenido por su movilización.

Particularmente para las zonas indígenas y los sectores rurales pobres donde se diseñaron, al igual que en todos los proyectos compensatorios y focalizados en las comunidades más empobrecidas y que tienen como agentes fundamentales a las mujeres, la pregunta es: ¿las mujeres pobres, indígenas y rurales se han convertido en protagonistas reconocidas por el Estado en toda su plenitud vital, existencial y ciudadana?

Dicho en breve, la Red de Oportunidades, componente del Sistema de Protección Social (SPS) del MIDES, consiste, según el Gabinete Social, en lo siguiente: ‘aliviar de manera directa, temporal e integral, las necesidades inmediatas de las familias en pobreza extrema… articula los recursos disponibles del Estado, dirigidos a reducir la pobreza… mediante una estrategia integral de acompañamiento, basada en mecanismos científicos de selección, seguimiento y evaluación’.

El SPS ha sido, pues, la acción más importante para la meta gubernamental de combatir la pobreza extrema y las mujeres indígenas y rurales son su sujeto – ¿objeto?- principal. Se caracteriza porque entrega la transferencia a las madres, que deben asumir las llamadas ‘corresponsabilidades’. Dichas políticas, centradas en la vigilancia femenina en tanto »principales» responsables del bienestar familiar han significado más trabajo: ¿también más poder para las mujeres? Casi nunca más trabajo implica poder (autonomía, libertad, igualdad social), como siempre ha sido para las mujeres, rurales e indígenas, de por sí tradicionalmente recargadas de tareas.

DOS VISIONES DEL MUNDO

En la precariedad, sin una visión enfocada sobre sus derechos humanos se hace de la dimensión comunitaria una especie de ‘campo doméstico ampliado’, al cuidado de las mujeres, que las sigue vinculando con los aparatos formales de representación política y con las instituciones, mediadas por su posición en la familia. ¿Ello potencia su autopercepción y su ciudadanía? ¿Esto las hace devenir ‘protagonistas’ del »desarrollo social»? Es esto lo nuevo que vemos en las imágenes de las movilizadas mujeres ngäbe?

En la actual lucha del pueblo ngäbe es evidente que se trata no sólo de dos visiones del desarrollo sino de dos visiones del mundo distintas, como testimonian sus discursos que ponen en cuestión la visión que normaliza la coexistencia del hiperconsumo y de la supermiseria. Su acción visibiliza los límites de la ‘democracia’ y la carencia de una ciudadanía realmente substantiva para todos. Hace evidente que las actuales políticas públicas coexisten con la casi total incapacidad del Estado de proteger los derechos ya adquiridos por la población. Cuestiona de hecho nuestra visión de lo que es »normal» y »deseable».

La masiva presencia y liderazgo de las mujeres ngäbe enuncia fracturas importantes de su ser social y cultural, indica resistencias múltiples de las que poco sabemos. Lo cierto es que algo allí ha cambiado y que sea cual fuere el resultado de la presente demanda, debe seguir siendo tema de indagación.

* Urania Ungo, filósofa panameña, feminista, profesora de la Universidad de Panamá, integrante de la Red Centroamericana contra la Violencia hacia las Mujeres. El artículo original fue publicado en La Estrella. Agradecemos a la autora su autorización para reproducirlo.

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