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Lagarde: “con un ramillete de derechos humanos se acaba el feminicidio”

“Valiente, osada, hasta temeraria”, dijo Clara Coria, abriendo el juego en un Salón Dorado exultante de mujeres feministas, que vinieron a escuchar las palabras de la maestra. Mabel Burín recordó su acostumbrado “acto de pionerismo académico”. “Sos una maestra que nos desafía a cultivar el proceso de la vida”, dijo Coca Trillini. Y a esa altura estábamos muchas, sino todas, tratando de contener alguna lágrima, una tensión en la garganta, por lo hermoso de estar ahí todas juntas, con ella: Marcela Lagarde.
Luego la anfitriona, la diputada María Elena Naddeo, con una mirada más política recordó que Marcela instaló el concepto de feminicidio en México y la región y que su concepto de autonomía es “clave porque nos orienta a luchar contra el patriarcado”. Ella miraba, asentía, tomaba la mano de sus compañeras de panel y amigas de la vida. Fue el miércoles pasado en la Legislatura porteña; había sido declarada Huésped de Honor de la Ciudad de Buenos Aires.
Cuando le tocó el turno, hubo un silencio expectante. Y de pronto nos llenó con esa voz grave, imponente como un trueno por momentos y suave como el sol en otoño cuando la necesitamos. Y agradeció, claro que lo hizo. Dedicó largos minutos a agradecer a cada una de las mujeres que tenía allí cerca y había pedido que estuvieran en su homenaje. También agradeció a la ciudad: “para mí Buenos Aires es sus editoriales, que le dan un perfil humanista y feminista civilizatorio”.
Desde hacía unos minutos una mujer mayor, había ingresado, silenciosa por el centro del Salón Dorado de la Legislatura porteña, con las miradas mudas de las casi 300 personas que estaban presentes. Cuando la locutora la presentó, “Estela de Carlotto, presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo”, Marcela bajó del estrado y se acercó a abrazarla. El público aplaudió con emoción, entre sorprendido y admirado. Marcela contó que se habían conocido en España.
Para entonces, los planes quedaron a la deriva. No hubo tiempo para conferencia. Se abrieron las preguntas del público. Hubo dos. La primera sobre la violencia contra las mujeres. Entonces, Marcela habló, conceptualizó, aclaró. “Hay una enorme tolerancia social a la violencia hacia niñas y mujeres. La sociedad educa a los hombres a ser irascibles con las mujeres”. Recordó la Convención de Belém do Pará: “la violencia de género es producto de la desigualdad, es un método de control de las mujeres”. “A muchas mujeres se les violenta como castigo, como venganza, para causar daño. Yo sueño con un día en que en mi país hombres y mujeres salgamos a las plazas a decir basta a las violencias”. Y continuó: “Sabemos cómo erradicar la violencia, con más posibilidades de desarrollo para las mujeres, con más salud, con más educación”.  “Con un ramillete de derechos humanos se acaba el feminicidio”.
También a pedido del público habló del concepto de sororidad. ¿Dónde se incuba la enemistad entre mujeres? “En la cultura machista, misógina, en la desigualdad entre mujeres de acceso a bienes, a recursos”. “Hay que construir una identidad positiva de género, una identidad política para uqe podamos sentirnos semejantes. Qué sería de nosotras sin el apoyo de otras mujeres a lo largo de nuestras vidas”, dijo.
Definió: “Sororidad es una política feminista, un eje político del feminismo, que de forma explícita, racional asumimos algunas mujeres para relacionarnos con otras mujeres. Está basada en la ética feminista, en la empatía, hacer ejercicios de empatía ayuda”.
“Qué bueno que somos tan diferentes todas. Se imaginan que aburrido sería ser las idénticas, como dijo Celia Amorós, el patriarcado nos pretende idénticas”, continuó.  Y repasó  los principios de la ética entre mujeres:
  • Respeto a la dignidad de la otra
  • Respeto a la integridad de la otra
  • Respeto a la igualdad entre nosotras
  • Respeto a la libertad de ella y la mía
  • Hacer todo para que todas estemos cada vez con menos riesgos
“La sororidad pasa por hacer pactos muy concretos, hacer sinergias, sumarnos a lo que hacen las otras” resumió.
Entonces, llegamos al final. Un ramillete de mujeres se acercó para hablarle, agradecerle, invitarla, fotografiarse. Algunas habían venido desde muy lejos para escucharla. Desde La Pampa, Rosario o el tercer cordón del conurbano. Eran más de las nueve de la noche pero estaban iluminadas.

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