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Ni viriles ni valientes. El desafío de una masculinidad que rompa con los estereotipos.

Fuente: La Nación

Por Lorena Oliva

Después de muchas décadas de «me quiero casar con una señorita que sepa coser y que sepa bordar», de repetir que «llorar es de minas» o de cargar con el mandato de ser los proveedores del hogar, empieza a ganar espacio entre los hombres la necesidad de cuestionar los supuestos de la masculinidad.

Este cambio de perspectiva se vuelve fundamental en un contexto en el que la violencia machista sigue escalando: 2019 cerró con 327 femicidios -uno de los números más altos de los últimos años- y 2020 arrancó con cifras récord. Así, la posibilidad de repensar qué significa ser varón es, para los especialistas consultados por la nacion, una oportunidad para desarmar estereotipos que contribuyen a la desigualdad y la violencia y que van moldeando la mente de hombres y mujeres casi desde la cuna.

Diego Rodríguez integra el Colectivo de Varones Antipatriarcales de la ciudad de Buenos Aires, una organización que nació en 2010 para reflexionar en torno de la masculinidad. Junto a sus compañeros, está convencido de que hay una multiplicidad de formas de ser hombre y de transitar la masculinidad, pero sabe que cuestionar el modelo socialmente instituido todavía trae consecuencias.

«A los varones nos construyen con limitaciones emocionales, desde la imposibilidad de demostrar o comunicar emociones como la tristeza, la empatía o el amor hasta las formas de vincularnos afectivamente con otros varones, ya sea en relaciones sexoafectivas o bien familiares o amistosas», explica Diego. «Incluso -agrega- se nos veda la capacidad de cuidado, desde el momento en que no nos dejan jugar con muñecas o bebés para aprender cómo cuidar a otros».

Por su parte, la especialista en temas de género de la Iniciativa Spotlight-una alianza global de la Unión Europea y la ONU para erradicar la violencia contra niñas y mujeres-, Victoria Vaccaro también destaca la importancia de este tipo de ejercicios reflexivos. «Una estrategia clave en la prevención de la violencia contra mujeres es la modificación de pautas y prácticas sociales que atentan contra la igualdad y promueven la violencia», sostiene. Por eso, considera fundamental «el trabajo con varones en la redefinición de la forma de ser varón y en la posibilidad de pensar y repensar los efectos de una masculinidad tóxica».

Si bien el principal efecto de este modelo de masculinidad tóxica es la violencia machista, no es el único. «También vemos la impronta de este modelo en la intervención de varias instituciones, como en algunas sentencias del Poder Judicial, en intervenciones de las fuerzas policiales o en prácticas en las escuelas», advierte Natalia Gherardi, directora ejecutiva del Equipo Latinoamericano de Justicia y Género (ELA).

Gherardi considera que las instituciones académicas, de gobierno y de la sociedad civil están incorporando este cambio de perspectiva a distintos ritmos. «Se avanza en normas de paridad, pero no se cuestiona la conformación de espacios de decisión con autoridades que son totalmente masculinas, como en la Cámara de Diputados, o se buscan maneras para burlar la aplicación de las reglas que buscan garantizar mayor diversidad», subraya.

Víctimas y costos

Una de las certezas compartidas por los diferentes actores es que «el modelo hegemónico de masculinidad genera fundamentalmente violencia y desigualdad». Así lo expresa Luciano Fabbri, doctor en Ciencias Sociales y miembro del Instituto de Masculinidades y Cambio Social (IMCS). «Yo no reduciría el peligro para las mujeres al riesgo de violencia física y sexual, sino fundamentalmente a los costos que tiene vincularse con hombres que pretenden disponer de ellas. Ese costo puede ser, entre otros, perder la autonomía y la confianza en sí mismas», analiza Fabbri, que también coordina el área de género y sexualidades de la Universidad Nacional de Rosario.

Esta forma extendida de masculinidad también es riesgosa para los propios hombres, especialmente los más jóvenes. Según el estudio «Varones y masculinidad(es)», realizado por el IMCS con el apoyo de la Iniciativa Spotlight, estos mandatos imponen sobre ellos una serie de presiones que los exponen a diferentes peligros. Por ejemplo, el informe enumera ciertos comportamientos esperables que conducen a excesos con drogas y alcohol, a ser imprudentes al volante, a tener una iniciación sexual temprana e incluso poca conciencia acerca del cuidado de la salud.

En noviembre pasado, Ignacio Garraza, de 24 años, decidió publicar en su cuenta de Twitter su decisión de someterse a una vasectomía como método anticonceptivo. Nunca imaginó la repercusión que tendría y la violencia de la que sería blanco. «Me sentí muy expuesto cuando tomó trascendencia; fue sentir el machismo en carne propia por unos comentarios, algo que debe ser incomparable a lo que enfrentan las mujeres todos los días», recuerda. Sin embargo, no todo eran insultos. «Muchos me escribieron interesados en saber un poco más y también tuve muchos retuits ayudando a que se sepa, que sea una opción a la hora de elegir cómo cuidarnos», remarca Ignacio, oriundo de San Luis y estudiante avanzado de Nutrición.

El caso de los ataques que recibió Ignacio no es excepcional. «Muchos de los varones que no adhieren a estas prácticas machistas terminan de algún modo silenciando su repudio o su diferencia por el miedo de ser expulsados de los colectivos de la masculinidad», subraya Fabbri, del IMCS, institución que propone una red federal de espacios de trabajo para visibilizar estos debates.

Para Ignacio, son muchas las actitudes naturalizadas. «Tenemos que jugar al fútbol, arreglar las cosas a las piñas, ser fuertes y fríos. Crecemos con el ‘aplauso al asador’ o la mirada extraña del abuelo cuando lavamos un plato. Después, en las relaciones, ellas tienen que tomar las pastillas y nosotros usar preservativo, si es que lo usamos».

Justamente, uno de los desafíos radica en cómo criar a los hijos, de qué forma erradicar las actitudes micromachistas de la vida cotidiana o los pensamientos sexistas que se van perpetuando (ver aparte).

Pero ¿existe un modelo saludable de masculinidad? «Tenemos que pensar en una masculinidad que sepa cuidar y cuidarse, que valore la reciprocidad, la semejanza por sobre la desigualdad y la jerarquía, que pueda pensar no solo en la autoridad que le otorga la mirada de otros varones, sino en el resto de los colectivos sociales», propone Fabbri. Otro eje está en «ser capaces de empatizar con las situaciones de padecimiento que viven otras personas y que muchas veces están producidas por esas prácticas que ejercemos y naturalizamos».

No solo un reclamo local

Esta nueva mirada tiene consenso global. La ONU viene promoviendo la campaña #HeForShe, que apunta a que los hombres se comprometan en favor de la igualdad de género, ya sea discutiendo estereotipos o repensando su masculinidad.

También hay iniciativas más específicas. Una de ellas es Hombres Tejedores, un colectivo nacido en Chile para generar conciencia acerca de que cualquier actividad o pasatiempo no requiere pertenecer a un género en particular. Para esto, organiza encuentros de tejido en lugares públicos.

Una vez al mes, la agrupación Hombres Tejedores se reúne a tejer en un lugar público como una forma de generar conciencia acerca de que ninguna ocupación o pasatiempo tienen género. Crédito: Gentileza

Hombres Tejedores ya cuenta con un desprendimiento local y Javier Oliva Pérez es uno de sus miembros. Publicista de profesión, pero dedicado desde hace más de una década al diseño de muñecos y objetos textiles para chicos, Javier aprendió a tejer a los 45. «Debo confesar que tejer en público me costó porque no sabía cómo lo iba a tomar el otro, tuve que luchar con mi propio prejuicio», explica. En su entorno lo recibieron bien, pero no es la reacción más común. «Tengo amigos que tejían en sus habitaciones y cuando sentían a su papá hablar cerca escondían el tejido, y otros a los que sus mamás les decían: ‘Que no se vaya a enterar tu papá'», cuenta Javier.

En la Argentina, la organización acaba de publicar un libro con proyectos de tejido. En su prólogo, puede leerse: «Estamos convencidos de que una nueva masculinidad se teje desde la infancia. Y siendo adultos, repensando y cuestionándonos de qué manera influenciamos a nuestros hijos e hijas a la hora de elegir juegos, colores, actividades deportivas y artísticas».

Repensar la masculinidad es, en definitiva, un desafío que interpela tanto a hombres como a mujeres. Todos los actores consultados coinciden en que atravesarlo es decisivo para acabar con la violencia machista. La elevada tasa de femicidios impone hacerlo con urgencia.

Un modelo que cuestione los privilegios

Las diferentes fuentes consultadas coinciden en que existen múltiples formas de transitar por una masculinidad no machista. Por eso, hay quienes prefieren hablar de masculinidades.

Para Diego Rodríguez, del Colectivo de Varones Antipatriarcales, es fundamental que los varones se saquen la mochila de ser los valientes, proveedores y viriles. En este sentido, agrega:

«Algunos varones identificamos los privilegios que portamos e intentamos cuestionarlos».

El prólogo del libro Hombres Tejedores Argentina aporta lo suyo:

«Los varones también podemos realizar tareas domésticas, criar a los hijos, cambiar los pañales, ser cariñosos, juguetones, menos competitivos, cobijar, contar un cuento y, por qué no, también tejer».

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