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Sobre el lenguaje: 2+2 son 4 y metonimia, la parte por el todo

La lengua es un rudimento creado por la humanidad, como lo es la rueda o el teléfono. Es un invento al servicio de la comunicación y como tal es utilizado por las personas para intercambiar información. Pero la hemos mejorado haciendo de ella una herramienta para negociar, manipular, conmover, llamar la atención, fabricar sueños o enamorar.Muchos son los ejemplos que demuestran los beneficios pero también los peligros que encierra el lenguaje, capaz de hacer de mentiras verdades o de transformar una parte en el todo; Las palabras también son capaces de estereotipar a las personas y encasillarlas; como dice la autora Judith Butler en su Lenguaje, poder e identidad: «…ser el destinatario de una alocución lingüística no es meramente ser reconocido por lo que uno es, sino más bien que se le conceda a uno el término por el cual el reconocimiento de su existencia se vuelve posible. Se llega a «existir» en virtud de esta dependencia fundamental de la llamada del Otro».

Los debates sobre la idoneidad de los usos del lenguaje no son algo nuevo; En estos días se reabre el que defiende la eficiencia del lenguaje frente a las repeticiones  y circunloquios utilizados por quienes luchan por la igualdad de oportunidades de las mujeres. No es el primer desacuerdo a este respecto, ni será el último. Recobra también actualidad la polarizada controversia sobre el uso de la palabra «matrimonio» para aludir a la unión entre personas del mismo sexo. Aunque quienes esgrimían el argumento etimológico, razonando que la raíz de este concepto era madre, sin darse cuenta, estaban elevando las uniones lesbianas a la esencia más pura del término, pues se trata de madre al cuadrado.

Cierto es que el lenguaje evoluciona casi siempre por detrás de la necesidad; nadie inventó la palabra «ordenador» hasta que no existió un artefacto que demandaba ese nombre. Pero somos seres en progreso e igualmente, determinados usos de la lengua quedan obsoletos o han de ser adaptados. Mi hija, sin querer, me hizo caer en una de estas paradojas del español muy divertidas, y es que en un largo viaje, acuciados por la urgencia infantil, mi marido se vio obligado a parar el coche en un inmundo bar de carretera. Me entró la risa cuando me dijo: «mami, déjame a mí tirar de esta cadenita» y ahí caímos las dos en que si no fuera por aquella experiencia paleolítica, acostumbrada a presionar botones o a activar células fotoeléctricas, ella no hubiera entendido jamás la justificación de esa expresión.

Es cierto, «Tirar de la cadena» y «Matrimonio» son engendros en el progreso de un lenguaje afortunadamente  vivo; eslabones perdidos que le otorgan valor y belleza. La lengua  evoluciona  inexorablemente y seguirá cambiando. Internet  con su globalidad,  sus blogs, sus redes y  los móviles incrementarán la velocidad de evolución.  Titánica labor tiene quien quiera velar por su mantenimiento de manera inmovilista.

Al igual que la política y el mercado utilizan las palabras para atraer a votantes y consumidores, los activistas han advertido que el lenguaje importa. En la lucha por la equiparación de sus derechos, el colectivo LGBT (Lesbianas, Gays, Bisexuales y Transexuales) se ha apropiado de las palabras que otrora les humillaban y segregaban. Choca ver como el filósofo Paco Vidarte en su Ética Marica repetía sin descanso la expresión «nosotras, las maricas»; o cómo surgen orgullosas marcas comerciales al estilo de «Bollo&Butter», que por cierto, funcionan. Otro caso exitoso de reivindicación  lingüística es la «Caravana de Palomos Cojos» de Extremadura Amable que está resultando tremendamente efectiva en términos de normalización y nada despreciable para el desarrollo del sector turístico en la zona.

En la eficacia de la comunicación no es importante sólo  qué se dice,  sino también quién lo dice y cómo lo dice. Nada tienen que ver el sobrecogedor «¡Podemos!» del carismático Obama con aquel desafortunado «miembros y miembras» que lamentablemente ha contaminado  otros recursos lingüísticos destinados a paliar la discriminación de las mujeres. La repetición en boca del común se considera vulgar, y se transforma en hermosa reiteración en manos del poeta. Sin embargo las licencias de la retórica forman parte del acervo de la lengua y nos pertenecen a todos por igual.

Mejor que nadie, nuestros académicos saben que determinadas licencias pueden ir en contra de la eficiencia del lenguaje como herramienta para comunicar rápida y concisamente, pero también pueden ser tremendamente eficaces para otros objetivos. A menudo la redundancia sobra, pero si «Verde que te quiero verde» no es verruga lingüística, dejemos que quien quiera convierta  «Hombres y mujeres» en el eternamente debatido lunar de Cindy Crawford. Yo que trabajo en diversidad, siempre he dicho que para gustos están los colores.

*Margarita Alonso es Filóloga e Investigadora
Centro de Diversidad IE Universidad

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