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El aislamiento puede ser creativo

Fuente: Elpaís

Autora: Joke J. Hermsen

«La soledad expresa la ‘gloria de estar solo’, porque despliega nuevas posibilidades de conectar con nosotros mismos y con los demás»

Y entonces, de repente, iniciamos un largo retiro. Cerramos a nuestra espalda la puerta que da a la calle y acarreamos las bolsas de la compra escaleras arriba, llenamos la nevera de comida y nos quedamos en casa muchas semanas seguidas, separados de nuestros amigos, compañeros y familiares. No fue un retiro elegido voluntariamente por nosotros, como unas largas vacaciones de meditación en algún complejo «zen» de lujo. Nos limitamos a obedecer la firme exigencia de nuestros Gobiernos, que intentaban mantener la pandemia bajo control.

Me recuerdo en mi balcón de Ámsterdam, mirando un cielo de un azul hiriente sobre las casas. Nunca había sentido un contraste tan agudo entre esta primavera vital y floreciente y otra serie más de trágicas estadísticas presentadas en los informativos. Allí estábamos, en pleno estallido de flamante vida, rodeados por el anuncio de tantas muertes. Nos quedamos dentro y esperamos, preguntándonos a veces qué era lo que estábamos esperando: ¿el final del confinamiento? ¿La siguiente crisis? ¿O tal vez la oportunidad de cambiar?

Mientras esperábamos, descubrimos una forma de soledad nueva y ambivalente. Por una parte, esta soledad se parece a un aislamiento forzoso impuesto por un poder invisible, el virus, que nos atemoriza y hace que nos sintamos inseguros en relación con nuestra vida, porque no sabemos cuánto va a durar ni cómo vencer sus peligros. Nos asusta, hace que nos preocupemos, nos impide dormir y, lo peor de todo, podría convertir nuestra naturaleza melancólica en un estado depresivo crónico.

Porque somos seres melancólicos que en algún momento de nuestra infancia tomamos conciencia del paso del tiempo y, con ello, de la pérdida y la transitoriedad. Esta conciencia pesa sobre nuestros hombros, y con los años ahonda nuestra melancolía. Si nos acechan demasiados miedos e inseguridades, nuestra melancolía suele volverse tan negra como la «hiel» griega que le da nombre: melan-chole, profunda y abatida. Sin embargo, por fortuna, también sabemos cómo sobrellevar e «iluminar» esa melancolía con la música, por ejemplo, o con relatos, o con una expresión de amor. En otras palabras, tenemos que hacerla «creativa» a fin de traducirla en «tristeza con una sonrisa», como dijo Calvino, y no en depresión.

Sin embargo, estos últimos meses nos hemos enfrentado a pérdidas enormes y escenarios terroríficos. Ha sido extremadamente difícil encontrar alguna esperanza. Por lo tanto, existe el peligro de que gran parte de la población se deprima, lo cual es un problema de salud muy grave, sobre todo si se combina con la soledad, como han demostrado famosos investigadores como Trudy Dehue, de Holanda, y Stephen Houghton, de Estados Unidos. En consecuencia, no tenemos más remedio que seguir buscando nuevas fuentes de esperanza e inspiración.

La buena noticia es que en el aislamiento mismo, o en lo que solemos llamar soledad, hay algo de esperanza. La soledad es un estado en el que uno puede centrar su atención en el diálogo interior, como explicaba Hannah Arendt en La vida del espíritu (1973). Incluso cuando estamos «solos con nosotros mismos», somos seres dialécticos porque podemos hablar solos, podemos pensar y reflexionar sobre nuestras propias acciones. Somos «dos en uno», o, en palabras de Arendt, «todo pensamiento, estrictamente hablando, es elaborado en soledad y es un diálogo entre yo y yo mismo». Si somos capaces de concentrarnos en este diálogo interior, no solo descubriremos las posibilidades de este fructífero aspecto de la soledad para nosotros mismos, sino que encontraremos también nuevas conexiones con los demás: «Este diálogo de dos en uno no pierde contacto con el mundo de mis semejantes porque ellos están representados en el yo con el que mantengo el diálogo del pensamiento».

Si el aislamiento expresa el dolor y el miedo a estar (obligado a estar) solo, la soledad expresa la «gloria de estar solo», precisamente porque despliega nuevas posibilidades de conectar con nosotros mismos y con los demás. En consecuencia, el reto que se nos plantea es convertir nuestro aislamiento en una soledad participada. ¿Cómo? Pensando, soñando, leyendo, escribiendo y presentando nuestros pensamientos a los demás como yo les estoy presentando los míos. Este intercambio es lo único que puede proporcionar un contrapeso suficiente a nuestra melancolía y evitar que caigamos en la depresión. En todo el mundo compartimos los mismos miedos y las mismas amenazas, pero también la misma esperanza: ser capaces de volver a empezar después del coronavirus, y comportarnos y actuar de una manera mucho más responsable y solidaria.

 

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JOKE J. HERMSEN

Doctora en Filosofía, holandesa y especialista en la vida y obra de las filósofas Hannah Arendt y Lou Andreas-Salomé. Autora de ‘Melancolía’ (Siruela)

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