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Las mujeres y el máster más duro

Tengo un montón de informes y datos que podría comentar sobre la situación de la mujer este 8 de marzo. Pero prefiero invitaros a reflexionar sobre cómo vamos a enfrentarnos a lo que vendrá después de estos años aciagos y de qué forma vamos a aprovechar lo que hemos aprendido desde 2007… Porque espero que algo hayamos aprendido.

La crisis, omnipresente, ha puesto de relieve nuestra fuerza (ya no somos complementarias en la vida económica, sino fundamentales) y nuestra debilidad (los recortes hundido aún más a las más desfavorecidas de nosotras). Pero si nuestro trabajo es ya imprescindible para la sociedad, tenemos que abandonar de una vez esa mentalidad resignada o apática que nos impide tomar las riendas de nuestra vida profesional y reclamar aquello a lo que tenemos derecho.

Salgamos al paso de lo que impide nuestro ascenso, hagamos ese networking estratégico que nos ayudaría a prosperar y dejemos de hablar de brecha salarial si no estamos dispuestas a desmontar los trucos que permiten mejorar las nóminas de nuestros colegas. Para esto último hay que unir fuerzas con otras mujeres y también contar con los hombres, muchos de los cuales han perdido en este tiempo su trabajo y han visto lo que significa depender del salario (menguado) de sus parejas.

Nadie dará por nosotras el paso de reclamar o negociar mejor nuestros ingresos, lo que es perfectamente compatible con adaptarse a unos tiempos difíciles, pero coyunturales. Entendamos definitivamente que el salario de hoy se reflejará en las pensiones de mañana y, antes, en el ahorro mayor o menor para hacer frente a tantas circunstancias inesperadas como se nos plantean.

Quiero insistir en el tema del dinero, porque somos mejores administradoras que «ingresadoras» y es hora de responsabilizarnos claramente de las finanzas, personales y familiares, sea cual sea nuestro nivel de renta. Lo digo porque hay quien exige imputaciones a alguna famosa por los negocios de su marido, pero tampoco controla lo que tiene en casa. No creo que el cinismo, la decepción y aún menos el miedo deban ser la respuesta a esta crisis, por más que hayamos visto resquebrajarse instituciones y derrumbarse entidades que parecían honorables y  por mucho que estemos pagado facturas que no nos corresponden. Las cosas, en buena parte, son como hemos dejado que sean, aunque a nosotras, en algunos aspectos, la dura realidad nos da nuevas alas, si las aprovechamos: tanto impedirnos, por ejemplo, formar parte de altos órganos de dirección y de los Consejos de Administración, para descubrir que allí no estaban precisamente ni los más sabios, ni los más dignos.

Más duro puede ser mirar a los ojos de nuestros hijos (y especialmente de nuestras hijas) y convencerles de que valía la pena preparase tanto para terminar en las filas del paro. Pero, sí, valía la pena, como vale la pena para nosotras mantenernos al día porque tal vez los empleos fallen en un momento dado, pero no debe fallar nuestra empleabilidad ni nuestra iniciativa.

La crisis nos ha enseñado que aunque podemos y debemos ser leales a nuestras compañías, las empresas no son nuestra madre: estemos alerta, informadas, tengamos siempre un plan B que nos permita reaccionar en cualquier circunstancia.

Realismo, valor, esperanza, ánimo… Nos los podemos infundir unas a otras para evitar el peor de los riesgos al enfocar el inminente futuro, que es sentirnos más frágiles y vulnerables de lo que realmente somos.

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